Comparto fragmento extraído del libro: "Con el consentimiento del cuerpo" de Marie Bertherat, Therese Bertherat y Paule Brung
Cap. " Octavo Mes"
"23 de mayo
Agnés volvió a llamarme anoche; ¡ella, que me escribía sólo una vez al año! El hecho de saberse en el mismo estado que yo nos acerca.
"¿No tienes miedo de sufrir?", me preguntó.
"¿Y tú?"
"¡Claro, sí! ¿Tú no tienes?"
No, yo no tengo miedo. No es hacerme la valiente decir que no tengo miedo de algo que está en mí. Cualquiera que sea la forma, por el momento totalmente misteriosa, que vaya a adoptar mi dolor, éste me pertenecerá, ya me pertenece. El dolor del alumbramiento no será un dolor padecido. No tendrá nada que ver con el dolor del cuerpo herido, del cuerpo mortificado. Este último, estoy segura, corroe, envilece, disminuye. Merece ser anestesiado. No el del alumbramiento. No para mí. He oído a muchas mujeres hablar de ios dolores del parto como de un sufrimiento padecido. Para ellas la sensación dolorosa de las contracciones es intolerable, es una maldición transmitida de madre a hija, un pasaje obligado que, a la hora en que la farmacopea permite prescindir de él, resulta inaceptable. Acallar este dolor les parece vital. Las comprendo. Las comprendo más aún por cuanto casi siempre se preparan para parir en ámbitos fríos e impersonales donde todo el mundo les habla solamente de penurias por atravesar o, por el contrario, de anestésicos ^milagrosos que las aliviarán.
Y sin embargo, ¿no es un engaño? ¿No hay otra cosa tras el discurso antidolorista de las mujeres? El miedo a lo desconocido, a emoción, el miedo a ser madre, el miedo a ser responsable de otro ser. ¿Podrá una anestesia aliviar éstos miedos?
No hace mucho, una partera increíble me confió lo que le había enseñado su experiencia sobre el dolor del alumbramiento. Yo no había escuchado nunca un razonamiento igual y sin embargo, intuitivamente, lo siento profundamente exacto. Según ella, "lo que duele no es la contracción. Es el dolor que una lleva en sí, oculto. Lo que la contracción revela es el propio sufrimiento. Al empezar el trabajo, veo a menudo mujeres en lucha consigo mismas. Pelean contra la contracción. Sólo cuando logran contactar el sufrimiento que está en ellas, ceden y el dolor se atenúa. Hay que llegar a reconocer que el sufrimiento forma parte de uno mismo, que está en uno mismo, para que todo se aplaque".
Dejar que el dolor se exprese puede ser entonces profundamente necesario pues permite a la madre ayanzar en el conocimiento de sí misma, es decir, también de su propio nacimiento. Nacer una misma al dar la vida".
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